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Esta miseria gran señor, honrosa,
de la humana ambición alma dorada;
esta pobreza ilustre acreditada,
fatiga dulce, e inquietud preciosa;
este metal de la color medrosa,
y de la fuerza contra todo osada,
te vuelvo, que alta dádiva invidiada
enferma la fortuna más dichosa.
Recíbelo, Nerón, que en docta historia,
más será recibirlo que fue darlo,
y más seguridad en mí el volverlo:
pues juzgarán, y te será más gloria,
que diste oro a quien supo despreciarlo,
para mostrar que supo merecerlo.
Francisco de Quevedo (1580-1645)
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